En los últimos tiempos vivimos importantes y casi continuos cambios en el sistema educativo argentino. En menos de 20 años existieron tres diferentes marcos normativos que lo regulan a nivel nacional, y otras tantas modificaciones según sus implementaciones en cada jurisdicción y nivel de enseñanza.
Esta realidad de cambios, a veces vertiginosos, representa un fuerte desafío para las instituciones educativas.
Aún siendo una institución privada, es necesario estar integrados a un sistema educativo que, más allá de los avatares políticos, representa el lugar de lo público y constituye una de las instancias donde se juega la construcción de un proyecto común a todos los argentinos.
Al mismo tiempo, cada institución tiene el derecho a mantener un perfil, un proyecto educativo que, más allá de meramente distinguirse, permita sostener un curso de acción basado en determinados valores, objetivos y en una trayectoria institucional.
Esta tensión, con sus matices, se juega en cada establecimiento educativo. Cada escuela es el escenario donde convergen una diversidad de aspiraciones y demandas de los alumnos, padres, fundadores, docentes, directivos, ex alumnos y otros actores de la comunidad.
Por este motivo, es fundamental que cada institución educativa sea capaz de conjugar su inserción en el sistema educativo con la vigencia de un proyecto con características e identidad propias. En definitiva, son esos los rasgos que forman distintivamente en el presente y que sin lugar a dudas recordarán los hombres y mujeres que pasaron por el colegio.