La Escuela debe afrontar los emergentes sociales que afectan comúnmente al colectivo de ciudadanos. Como institución de esta sociedad, es imposible que pretenda quedar al margen o querer desvincular sus principios y valores cuando se trata de cuestiones que trascienden el aula.
Los problemas de salud pública de los últimos meses nos invitan a reflexionar sobre el papel que adopta la Escuela. En este sentido, es claro que debe haber una preocupación por proteger el bienestar de la población, y de cada comunidad educativa en particular, pero al mismo tiempo, entendemos que las decisiones deben tomarse con espíritu crítico. Tanto más tratándose de la institución que tiene asignada socialmente la tarea de educar.
Es posible ceder a la tentación de tomar medidas con el sólo fin de aplacar la ansiedad general o deslizarse por el espinoso terreno de las decisiones demagógicas. Tanto lo uno como lo otro, significaría dejar de cumplir con nuestra tarea primordial. Además, es imprescindible ser conscientes de la tremenda influencia que ejercen los medios masivos de comunicación creando climas sociales y muchas veces precipitando presiones y decisiones equivocadas (muchas veces, además, interesadas). Estamos convencidos de que la institución escolar no puede ni debe abandonar la racionalidad crítica, lo que implica necesariamente, seguir educando también en medio de estas difíciles circunstancias, ayudar a discernir la información y sus fuentes, contrastar posturas, asesorarse, atender a las disposiciones, colaborar en la circulación de información confiable, y sostener el lugar de la ley, tanto en términos simbólicos como específicos. No hay democracia sin ley; no hay tampoco posibilidad de lazo social alguno sin ella.
Construimos ciudadanía también en la forma en que, como educadores, analizamos y reaccionamos frente a estos hechos. Si pretendemos ciudadanos responsables, conscientes, críticos y sensibles a la realidad de la que forman parte, la Escuela y los educadores debemos obrar en consecuencia.